Catorce

A las tres y cuarto bajé a comer algo. A esa hora en Europa, y en casi cualquier lugar que no sea este, la gente bajaría a cenar. Pedí una cerveza y me apañé con el pincho, un combinado con muestras de tortilla española y de ensaladilla rusa y un dado de queso rebozado y frito que parecía ideado para el ratón de un cuento. 

Después caminé alejándome por calles del ensanche hasta dar con una librería que me era desconocida y que a esas horas estaba abierta. El librero lo vende todo a mitad de precio. Todo no siendo las novedades, porque eso la ley no lo permite.  Se ha hecho con un buen fondo a base de pujar en quiebras de distribuidoras y en librerías que cierran. No te imaginas la cantidad de libros que hay por ahí, guardados en almacenes, me dijo. Los mediodías abre porque cerrar justo cuando los clientes pueden aparecer, entre la jornada de mañana y la de tarde, es de mal comerciante. A cambio, por compensar, hay días que hasta las once o las doce no abre el negocio. Además no necesito comer, dijo, y a modo de explicación ciñó la camisa, que llevaba floja y por fuera del pantalón, para que viese su barriga, que le debía parecer tremenda y necesitada de ayunos, pero que en realidad no abultaba más de lo que un medio melón que hubiese deglutido como las serpientes, entero.

Compré una biografía de Salinger dos veces más extensa que toda su obra junta, y una pieza de Andrés Trapiello, Imprenta moderna, un ejemplar sobre tipografía y literatura editado en Valencia en 2006, con láminas e ilustraciones de revistas y de colecciones de editoriales históricas. Es la obra de un tipógrafo, de un miniaturista, antes que la de un escritor. La clase de libro sobre el que el mismo Trapiello, de no haber sido su autor, se hubiese abalanzado nada más verlo, y echado después al diario para escribir de la compra y del librero, un poco como hago yo ahora, transmutada mi personalidad en la suya, algo que a veces me ocurre y que es el efecto de haber leído más seis mil páginas de sus diarios. 

El librero sabía como yo que el valor de ese libro es creciente como el de ciertos objetos de artesanía. Haberlo escogido me dio estatus ante él y fue el motivo de que me hablase de sus horarios, de su dieta, de los concursos de acreedores y hasta de su matrimonio. De este libro, dijo cuando lo tomó para registrar la venta, compré catorce; a mi mujer le parecieron muchos, dónde vas con tantos, pero los he vendido todos. Este es el último, el catorce.

He curioseado y descubierto que en la cábala el catorce es el número que representa precisamente la transmutación, la metamorfosis. Vaya.

Seis mil páginas de la vida de otro a la fuerza acaban por transformar la de uno.

2 respuestas a «Catorce»

  1. Como me ha gustado Alex.

    Me parece de lo mejor que has escrito y, además, una historia encantadora.

    Una película francamente buena

    😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍😍

    Encarna López

    Me gusta

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