En el café escucho a alguien recrear el sonido de ‘clarines y timbales’. Ti-tiritiiii. Emula el timbre de su teléfono con una demostración a su compañero de mesa, que se ve muy interesado. Ahí te lo paso, le dice, ya lo tienes, déjame ver, sí, ya está, ves ahí que pone clarines y timbales? Ese es. A partir de ahora, juntos como están, cuando un teléfono suene no sabrán a quién de los dos llaman y se tentarán los bolsillos a la vez, como en un número cómico. Son árbitros de baloncesto en silla de ruedas que desayunan uniformados, madrileños que vienen, hacen lo suyo, que es arbitrar, y se van.

El escritor Carlos Zanón, agobiado en Barcelona, se ha instalado en Málaga. A uno los agobios lo llevan, lo más lejos, de casa al café de abajo un sábado temprano. Puede que también lo lleven a Valença do Minho, a comer. Más allá es demasiada dispersión, requiere intendencia y al final más agobio.
Escribir de uno nombrándose así, uno, es propio de diaristas madrileños a quienes no debiera imitar.
Ha tenido que ser por un escándalo de árbitros de fútbol que media vida después, viendo escrito su nombre en los papeles, descubro que el tipo aquel no se llamaba Enrique Eznegreira, sino Enríquez Negreira.
Para la colaboración del suplemento escolar del periódico condenso en cuatro párrafos un semestre de derecho procesal. No sin dolor.
Los ejercicios de trémolo empiezan a dar resultado.
Enrique Eznegreira
😂😂😂😂😂
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Así es. Tanto que cuado ví el nombre escrito me costó un buen rato darme cuenta de quién era en realidad. Un beso!
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