Martes. La última entrada al diario lleva fecha de noviembre.
Tantos días sin una nota como hay, casi todos en realidad. Los pienso ahora y me parecen desamparados, o como si hubiesen pasado no del todo, solo a medias.
Miércoles. Ya casi solo escribo en el café o en las sobremesas de restaurante, echando mano a lo que escucho en la sala, que es como alimentar la escritura con desperdicios.
Los de una mesa se meten con un amigo mío de siempre, que se llama como su padre. Al que lo trae a colación los otros le preguntan de quién habla, si del padre o del hijo. Del padre, del hijo y del espíritu santo, dice, y como son ricos comiendo la cabeza cocida de un cerdo y sus demás partes hasta la uña, con las risotadas lo que sale se parece mucho a un casting neorrealista, y yo estoy a punto de levantarme para increparlos y contribuír al cuadro, qué decís, hijos de puta, que os he visto protestar el fideo de la sopa, que os parecía escaso, qué decís, carpantas, vuestra puta madre.
Jueves. Hoy también dan las cuatro y cuarto.
Viernes. Sin faltar al secreto profesional, diré que uno de los clientes del bufete se ha visto involucrado en una trifulca por los derechos de unas fotografías de estudio de Bonnie Tyler, usadas para promocionar uno de sus conciertos, y que por eso he de contestar la carta de una abogada francesa de Bordeaux, llamada Charlotte, que representa al autor de las fotos y que reclama una indemnización.
Bonnie Tyler es una presencia profunda, asentada en las primeras capas de la memoria musical, con la que ahora me cruzo en horas de trabajo, en un pliego de descargos que encabezo a la atención de la señora Charlotte, en el que me apresuro a escribir doña Bonnie, y a citar a su representante por el nombre de pila. Todo eso la traducción lo echará a perder.
Sábado. El primer día. Un aula enorme que habría acogido con holgura una sesión de las cortes generales, favorecida por su forma de casisemicírculo y sus dos puertas en el foso. Un hombre de traje entró y desde la tribuna tomó la palabra y yo pensé que en eso consitía estar en la Universidad. En que las clase las impartían tipos con traje. Yo no soy su profesor, dijo, yo les veré más adelante, en cuarto, con el derecho financiero. Y añadió, como aquel cabo de la guardia civil que anunció al elefante blanco: su profesor vendrá en un momento, es cosa de pocos minutos, así que esperen aquí tranquilos.
Lunes. El domingo me lo he saltado.
En una librería compro un volumen sobre los orígenes del flamenco y recambios para la pluma Lamy. Al pagar, en la caja me regalan dos libritos de la editoral Taurus, uno de F. Nietzsche titulado El libro del filósofo y el otro Eichmann y el holocausto, de Hannah Arendt. La vendedora, viéndome primero dudar y después tomar los libros como con pinzas, desconfiado, me ha tranquilizado asegurándome que no hay trampa, que no hay que hacer nada, que son gratis, que los ha dejado aquí la editorial para que los demos a los clientes.
En casa cuento el espisodio a E. No me cree. Piensa que los libros los he comprado y no me atrevo a reconocerlo.

Tus días ya no están solos
Ahora muy bien compartidos y muy deseados
Me encanta
Fuera el estrés.
🥰🥰
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Nos tenía abandonados, siempre es un gusto leerle.
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