
Hay un tipo en Bélgica que recibe en casa pizzas que no ha encargado. Pizzas y también hamburguesas o kebabs, aunque de esto menos. Los envíos se repiten desde hace años y son casi diarios y a cualquier hora, incluidas las dos o tres de la madrugada, que no son horas de recibir nada. La historia la he leído en el periódico. No en uno sino en dos periódicos. Y no en dos cualquiera sino en La Vanguardia de Barcelona y en El País de Madrid, que son poco dados a la tontería. El hombre ha desarrollado unas fobias tremendas por los alimentos en general y sobre todo por la pizza y solo con escuchar el ronquido de la moto de un repartidor la angustia lo devora. A mí me parece todo una exageración y al caso le encuentro debilidades narrativas. El tipo no ha sido capaz de identificar al culpable de que le lleguen pizzas ni ha conseguido evitarlo. Es difícil de creer. He pensado que si fuese yo sí que podría impedirlo si quisiese, aunque al idear las fórmulas que habría de emplear, todas reglamentarias, requerimientos, notificaciones, acciones de cesación, me he dado cuenta de que al final, una cosa como no recibir pizza sin pedirla no depende de la sola voluntad o de los actos de uno, sino de otros, y a lo mejor es verdad que no se puede evitar.
He recordado que hay servicios y listas europeas en las que uno se puede inscribir para no recibir propaganda electoral en el domicilio o en el correo electrónico, que funcionan muy bien hasta que llega el repartidor y echa el sobre electoral en tu buzón igual que en el del resto, porque nadie le ha advertido de tu finura de derechos, o porque tiene prisa y la furgoneta mal aparcada.
A lo mejor con las pizzas pasa eso mismo.
Yo, que no soy notario, hace años que recibo en mi oficina una revista para notarios que nunca pedí. Se llama ‘El Notario del siglo XXI‘. Un día apareció en el buzón un ejemplar y una etiqueta con mi nombre correcto y mi dirección profesional y desde entonces llega cada mes y la voy apilando por donde puedo, sin deshacerme de ninguna. Hay artículos escritos por notarios y otros iusprivatistas, profesores de derecho civil y magistrados de Sala Primera. Registradores no. Los registradores de la propiedad y los notarios son como serbios frente a croatas. Se enzarzan en guerras de vez en cuando y colaboran poco en la causa del otro. Cada ejemplar de la revista cuesta once euros. Lo pone debajo del título. Cuando la recojo en la portería de la oficina, recién llegada, pienso siempre si no habrá alguien que pague el precio, el de mi revista, y en que a lo mejor un día recibo una factura en la que el editor me pide juntos cinco o seis años de suscripción. No creo que eso vaya a ocurrir si no ha ocurrido ya. Prefiero creer que la revista la recibo porque por alguna clase de error o coincidencia mi nombre aparece en un censo de notarios y por eso guardo todos los números y las etiquetas, porque nunca se sabe qué partido se le pueda sacar. He conocido a gente embargada sin ser deudora, solo por tener el mismo nombre que un moroso y sé que no siempre es fácil deshacer esos equívocos. Se puede, pero hay que empeñarse. También he visto reconocer derechos basados en tickets de restaurante recogidos del suelo y hasta dar por probada una morada solo por hallarse en ella una maquinilla de afeitar. Comparado con eso, mi colección de revistas destinadas a circular entre notarios podría justificar una pensión del Colegio Notarial llegados los sesenta y cinco. La burocracia tiene esa clase de zonas oscuras.
Conozco un notario que por su escritorio se exhibe con el vaquero puesto al modo de algunos raperos, tan flojo y caído que por detrás deja ver un trecho de la divisoria de las nalgas. El siglo XXI.
😂😂😂 Siempre estás ojo avizor Así va el mundo en el siglo XXI
Besos 😘
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Moi bo.
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