Los días felices


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Mi último síndrome respiratorio lo diagnosticó en 2012 un doctor que pasaba la edad de jubilación y consultaba en su casa, que pillaba de paso a la mía. Lo llamé por asegurar que estuviese y al salir del despacho lo visité solo por procurarme algún remedio para los primeros síntomas, a los que quité toda importancia. De primeras me auscultó el pecho y ya no necesitó más. Me dijo sin dudar las palabras bronquitis gripal vírica. Esta noche tendrás fiebre, me aseguró, y alta. Y así fue. Aquella noche tuve una buena fiebre y ya no la dejé durante los cuatro días que siguieron, con picos nocturnos de hasta cuarenta y dos grados. Después del tercer día los valores máximos empezaron contraerse y el quinto día me consideré casi recuperado. Aún así aguardé cama dos jornadas más. Fueron siete días en total, que coincidieron con el curso semanal, de lunes a domingo. En los momentos con fiebre, que fueron muchos, sobre todo al principio, había muy poco que pudiese hacer, pero aún así intenté leer por encontrar distracción y pude ver un par de películas de esas en las que un norteamericano ejemplar salva el mundo.

No volví a pasar por nada parecido a pesar de hacérseme los inviernos cada vez más cuesta arriba. Lo atribuyo al zumo de naranja del desayuno, más por superstición que por ciencia, aunque es sabido que las vitaminas de la naranja fortalecen las defensas con las que el organismo hace frente a esta clase de procesos. El zumo de naranja ganó muchos detractores en los últimos tiempos por causa del azúcar que también hay en la fruta, porque el azúcar era nuestra pandemia, eso decían, la pandemia de nuestro tiempo, de nuestra era, al menos hasta antes de ayer.

He recordado muchas veces aquellos días en la cama como unos días felices a pesar de la fiebre. Días de retirada, detenidos, que trajeron al final más salud que enfermedad. En este tiempo de confinamiento forzoso me siento y miro mis guitarras, los lápices de dibujo, los blocs de papel, las máquinas de escribir, los paquetes de folios, los lomos de los libros por leer, los hijos con los que casi nunca estoy y las horas por delante. Parece que llevase años preparándome y puede que sea verdad. Pienso en todos esos a los que convertimos en gigantes de nuestro tiempo, gente sin biblioteca pero con editor, siempre en forma, en escalada, en disputa con sus límites, posicionada en redes, presta para el eslogan, para enseñarnos a los demás cualquier cosa, ya fuese el secreto del éxito o el de la infelicidad, a crecer, a reconocer el veneno en un zumo de naranja y hasta a sacarle partido al tiempo, siendo como eran incapaces no ya para los caminos de una tarde en casa, sino para los de un momento a solas. Ahora los veo como a insectos vueltos del revés, panza arriba, o huyendo de los hospitales a la carrera, sin esperar el alta, llevando puesta esa bata que deja ver el trasero, perseguidos por policías. La vida era no parar. Eso fue lo que encumbramos, gigantes de un palmo, a medida del tiempo que se ha ido.

2 respuestas a «Los días felices»

  1. Ummmmm.

    Satisfaces mi curiosidad por saber de tus pensamientos en estos días especiales.

    Siempre encantada con tus relatos

    Te quiero. Cuidaros mucho y …. siempre te tengo cerca

    Encarna López

    Le gusta a 1 persona

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