Naturaleza muerta

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La mesa de la que hablo es cuadrada porque sus cuatro lados miden lo mismo. Noventa centímetros. Tiene un mecanismo para hacerla algo más grande pero entonces deja de ser cuadrada y se vuelve oblonga. Estirada sirve para que en lugar de cuatro puedan apoyar los codos seis personas a la vez, aunque sin holguras.

Yo soy el dueño de la mesa. Decir el dueño de la mesa no es algo que el inconsciente sintáctico acepte como si tal cosa. Quién es dueño de esta mesa, yo soy, yo soy el dueño. A mí se me hace extraño eso, y es porque nadie piensa en el habere como cualidad de una mesa. Se piensa de una finca o de un automóvil o de un gato incluso, pero no de una mesa, aunque la mesa de la que hablo, todas las mesas, son de alguien.

Las mesas evitan que los objetos que depositamos sobre ellas vayan al suelo y se rompan o desluzcan y afeen las estancias. Esa es su utilidad primaria y por eso me gustan las mesas, porque son un indicador fiable de nuestro bienestar. Yo mismo soy dueño de varias mesas. Sobre una de ellas, que está en el recibidor del apartamento y es más grande que esta de la que hablo, he colocado un cestillo que antes utilizaba como panera, y en ese cestillo ahora dejo caer las llaves nada más entrar en casa y cuando lo hago, cada día, me digo ves, tienes esta mesa en la que dejar las llaves y lo demás que traigas, un libro, dinero, no tienes que poner todo eso en el suelo, después de todo no te va tan mal.

La mesa de la que hablo, la de noventa por noventa, es la de comer y ahora está cubierta con un hule a cuadros blancos y grises, o blancos y un poco verdes, o beige, no estoy seguro, y sobre el hule hay un libro de Georges Perec y una máquina Olivetti que combina bien con el color de los cuadros. La máquina es un modelo Lettera, que en italiano quiere decir carta, pero carta de las que alguien escribe y otro recibe y lee. Lettera 32. He leído que la Lettera ocupa el primer puesto en la lista de mejores diseños industriales del siglo veinte. También soy el dueño de la máquina. Y el que la opera. Al operador de máquinas de escribir se le decía mecanógrafo en las antiguas ordenanzas laborales.

Me he sentado a escribir en la Olivetti con mi camiseta de The Showbiñas Experience por ponerme un poco a tono con Perec. La camiseta de los Showbiñas es mi vestido más rompedor porque todas las demás que tengo, camisetas, son de las de dormir con ellas como pijama y esta por lo menos lleva estampado el nombre The Showbiñas y el dibujo de un pez mecánico y me rejuvenece un poco. Los Showbiñas tocaban blues y la camiseta me la dieron a cambio de una microaportación que hice para que pudieran grabar su disco. También me regalaron el disco y una chapita que he extraviado, y la camiseta me la firmaron el teclista y el guitarrista y los dos comprometieron su propia microaportación para publicar mi libro cuando lo tuviese listo.

Perec dedica uno de los capítulos del libro a su cama. El libro se titula Especies de espacios. Escribe sobre su cama, y sobre las camas en general, cosas certeras y sensatas, como que la cama es un espacio rectangular, más largo que ancho en el cual, o sobre el cual, uno se acuesta normalmente en sentido longitudinal. De las mesas no dice nada, pero sí de su calle, la calle en la que está su apartamento; escribe que en su calle los inmuebles están unos a lado de los otros y alineados y que es el alineamiento paralelo de dos series de inmuebles, precisamente, lo que hace una calle, y aún ensancha más el espacio y del barrio dice que es aquella porción de la ciudad en la que podemos desplazarnos a pie o en la que ni siquiera tenemos que desplazarnos porque ya estamos en ella, aunque esto segundo, Perec lo reconoce, es una forma de perogrullada.

He consultado en el María Moliner la voz cama. Nadie consulta en el diccionario algo como cama, a nadie se le ocurre, tampoco calle ni barrio. En la mesa de noventa por noventa empiezan a no caber las cosas porque el diccionario lo forman tres tomos y hay uno abierto y la Olivetti y el libro de Perec y el ordenador con el que ahora transcribo lo que antes escribí con la máquina. Pienso si no será mejor estirar la mesa.

La literatura estaba tan cerca.

2 respuestas a «Naturaleza muerta»

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