Ayer ví a Garfunkel en un restaurante del centro. Fuimos algunos de la oficina a comer y allí lo encontré. Nos dieron una mesa que estaba muy cerca de la suya y yo me situé enfrentado a él pero un poco en escorzo, lo suficiente para observarlo sin necesidad de que cruzásemos las miradas.
Una noche a comienzos de los noventa Mariano Rajoy me tocó en un brazo en una fiesta. Lo escribí en este cuaderno. Conté que después de hacerlo, de rozarme el brazo mientras pedíamos bebidas apretados en un mostrador, Rajoy me dio la espalda y se dio a conversar con uno al que llamábamos Garfunkel por su aspecto de Garfunkel el cantante, un tipo que se movía en bicicleta por el campus y no dejaba de sonreír y parecía haberse caído de un sueño de California.
Me dolió aquel desplante de Rajoy, también lo escribí. Acaso sea por eso que le he negado siempre el voto y aún a veces me pasa que si lo veo en la televisión hablando a la cámara, el ojo que parpadea descontrolado cuando no cree en lo que dice, le chillo te va a votar Garfunkel que para eso es tu amigo y si no hay nadie cerca pues incluyo alguna consigna del tipo Mariano & Garfunkel cantan El Condor Pasa o Mariano & Garfunkel beben vino de Cacabelos.
Llovía cuando llegamos al restaurante. Cuando enfilé a Garfunkel desde nuestra mesa lo primero que le dije fue hoy no vas en bici eh? o es que tienes una bici de esas con paraguas atado como las de los afiladores? Lo dije todo sin hablar, naturalmente, con la mente, mirándolo. Después empecé a silbar El Condor Pasa y esto no lo hice de pensamiento, sino con la boca, para que lo escuchase aunque no creo que lo hiciese porque había algo de barullo.
Garfunkel estaba con una mujer que a mí me daba la espalda. Había cambiado pero no era distinto. Tenía más pelo en la cabeza, más que antes, más que el otro Garfunkel. Una melena entrecana que lo hacía interesante y una barba perfectamente descuidada. Vestía una americana azul ajustada a sus formas de deportista, pantalón vaquero y zapatos italianos. Su acompañante y él bebían vino de las Rías Baixas. Enseguida me dí cuenta de que Garfunkel estaba incómodo. No por mí, que no creo que sepa quién soy ni tampoco que lo llamo Garfunkel, sino porque llevaba ya tiempo sentado y su botella de vino iba bajando y no le servían.
Trajeron antes nuestros menús que lo suyo. Noté que se revolvía y que no sabía si protestar o callarse o qué hacer y yo pensé por qué no llamas a Mariano que ahora es el presidente del gobierno. A la mesa de Garfunkel llevaron por fin una fuente con almejas y otras cosas con concha que en la carta se anunciaba como ‘homenaje al bivalvo’ y hay que tener poca dignidad para pedir un plato con ese nombre.
Casi habíamos terminado cuando le sirvieron el segundo y era una carne como en tiras y no dejó de removerse en el asiento hasta que llamó para devolverla y que le hicieran algo al alimento. Creo que fueron mis estímulos cerebrales los que le jodieron la comida.
Viéndolo así, dominado, me desabroché el puño de la camisa y la remangué con cuidado. Esto no lo hice para iniciar un combate, sino para que viese mi nuevo reloj de Apple ahora que estaba jodido. Qué te pensabas Garfunkel. Como estábamos en escorzo hice unos aspavientos disimulados con el brazo para llamar su atención, como hacen algunos toreros con el pico de la muleta. Lo repetí pero Garfunkel no atendía. Me impacienté y la tercera vez en lugar de un aspaviento me salió una sacudida y le dí de lleno con el revés de la mano a mi copa y salió lanzada y fue a estrellarse cerca de sus pies. No lo manché porque la copa estaba vacía. Todo el mundo miró y aunque yo lo había hecho sin intención me vino muy bien porque aproveché y levanté el brazo como pidiendo un camarero o pidiendo perdón y lo mantuve un rato en alto y entonces todo el mundo pudo ver mi reloj de Apple, de aluminio gris y correa negra de silicona.
Garfunkel posó los codos en su mesa. Juntó las manos, apoyó el puente de su nariz sobre los índices y compuso una posición como de estar pensando. Su chaqueta y su camisa las debió encargar a medida, porque solo con la doblez del codo las mangas se retrajeron lo justo para asomar en su muñeca un reloj de Apple de acero brillante y correa de piel que combinaba con sus zapatos. Reconocí el modelo que yo no pude comprar porque no me alcanzaba. Cuando nos levantamos Garfunkel seguía en su postura de pensar. Justo al salir del restaurante me pareció oír que alguien silbaba dentro El Condor Pasa.
Excelente manera d escribir en forma corta y sencilla…nos lleva en el pensamiento a ese restaurante con el famoso garfunkel….aunque faltó su Simon. …me parece muy buena la descripción. ..felicidades….
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Me alegra que te haya gustado, Pablo. Muchas gracias por el comentario.
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Sorry….tienes mas escritos cortos para leer…..seria interesante tener otro d tu mano…..
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