
Aproximación a Max Aub. Dibujo a lápiz por el autor.
El día 11 de marzo de del año 1998 compré en la librería Couceiro de A Coruña un ejemplar de bolsillo de Campo Cerrado, la novela que Max Aub escribió en 1939, ya en París, y que hace el primer volumen del ciclo El laberinto mágico, que el escritor dedicó a la guerra civil. Lo sé porque entonces yo aún anotaba en la guarda de los libros el lugar y la fecha; porque el tomo aún conserva, adherida como un sello, la mitad del marbete con las referencias de la librería; y porque entre las páginas he encontrado el billete de tren de regreso a Santiago de aquel día, con su hora de salida y llegada y el precio de quinientas diez pesetas bonificado con tarifa joven.
En 1998 yo aún vivía con mis padres y el libro de Max Aub lo deposité al llegar en alguno de los anaqueles de mi habitación, sin haber leído más que lo que alcanzó el rato del tren, porque ese día, como todos los otros días en que he vuelto a casa con algún libro, y van allá como poco un par de miles, había otros que aguardaban turno, preferentes, adquiridos antes, días, meses o años antes, libros con lectura empezada o prometida, libros pendientes en general, siempre en número creciente, en formación de montaña. Es un círculo ese muy vicioso, que no deja de aumentar con más libros y a veces es causa de ansiedad. También es verdad que podía haberlos desechado todos y darme a la lectura de lo nuevo, como he hecho tantas veces, de lo recién traído, Max Aub, pero no lo hice.
Del primer capítulo de Campo Cerrado: jaharrar, jalbegue, alcor, adargar, cazcalear, bálano, albórbola, albarrada, descalandrajar, balate, carrizo, cantalinosa, jabardillo, sofaldar, segur, lendel, azud, quintañón, cárcava, crascitar, ardillón, recavar, varaseto, culantrillo, gaitería, faetonte, curcurroso, carrasca, repapilar, baladrar, ciar, recuesto, remirar, jaramago, ova, perdigacho.
Al libro de Max Aub le ha llegado la vez esta mañana. Veintiún años y medio después. No creo que sea para tanto. Hay en la biblioteca muchos otros que llegaron antes y aún aguardan, y otros para los que sé que ya no habrá ocasión y que de buen grado emplearía como yesca para la chimenea si tuviese chimenea que prender. Max Aub no estaba entre los propósitos para este verano, los ocho o diez libros que ocupan la mesilla de noche, algunos más si incluyo los digitales. Aub se ha impuesto a toda esta programación (están ahí Vila Matas, Cardoso Pires, Pedro Feijoó, J. Ibargüengoitia o Manuel Vilas) por el simple azar de haberme despertado esta mañana muy temprano sin necesidad, y puesto a curiosear la biblioteca del apartamento después del desayuno, por ahorrarme el viaje al dormitorio para coger cualquiera de los otros.
Del segundo capítulo de Campo Cerrado: impostas, voleos, pataratero, filatería, gargantero, rojal, mohatra, cínife, carrero, mandilandín, menorete, gandaya, pinjantes, ajorcas, quillotrar, girándula, amarillejo, azulenco, soterraño, cascarria, hocino, haza, boira, caliginoso, calcina, pazpuerca, garduño, cenceño, salaz.
Mi amigo X, que murió pocos años antes de aquel día de 1998 en que compré el libro de Max Aub, nunca dejó de preguntarse si debía decirse así, Aub, o pronunciarse Ób. Max Ób. Él prefirió siempre esto segundo, aunque nunca supo si era con razón.
A Max Aub le dedicó Manuel Veiga su novela O exiliado e a primavera. Más que por mi amigo X y su dilema fónico, más incluso que por algún documental que después he visto sobre Max Aub, hasta más que por la lectura, abandonada, de otro de sus libros, La calle de Valverde, más que por todo eso, fue aquel agradecimiento incluido en O exiliado e a primavera, inserto en la última página de la novela, haciendo parte de ella -creo que no hubiera sido igual de haber estado al comienzo-, lo que hizo que Max Aub dejase de ser el nombre de un autor, o un título, y se convirtiese en una representación, una figura, la forma de un tiempo y un lugar.
De otros capítulos de Campo Cerrado: manear, zurriburri, poleílla, zangarilleja, cirigalla, cosera, carlear, labra, embermejecer, clámide, hilatura, zahareño, zangoloteo, asperillo, mamacallos, resolana.
Leo a Max Aub con el María Moliner. Mas que leer parece que investigue, de tanto como hay que consultar. Casi todo lo aprende uno en las novelas. A veces incluso el idioma.