
Al escritor Miguel Anxo Murado el gobierno irlandés lo invitó a una estancia en el país para que trabajase tranquilo en un guión. Hará de esto veinte años. A Murado y a otros cinco escritores, alguno griego, otro americano, y a todos los alojaron en una mansión para artistas en el norte. Cuenta Murado en La Voz de Galicia de anteayer que una noche, de regreso de alguna excursión, los becados extraviaron el camino a la mansión y acabaron adentrados en territorio del Ulster por desorientación y sin ser conscientes. Por entonces a Irlanda del norte y al norte de Irlanda, por más que sonase a lo mismo, las separaba una frontera de dimensión israelí. Al coche en que viajaban los artistas lo detuvo una irrupción de luces cegadoras de las que, escribe Murado, emergieron cinco siluetas gigantescas, como extraterrestres con antenas y armas del futuro, soldados británicos que les ordenaron dar vuelta y además poner atención en la marcha, no fuesen a pisar una mina con el coche y saltar por los aires.
Mi experiencia con fronteras en conflicto es muy pobre. Una vez, a principios de los noventa, el conductor de nuestro jeep de excursionistas por el sur de Túnez señaló un caseto a distancia, que recordaba la entrada a una piscina municipal, con dos tipos sentados a la puerta bajo una sombrilla, y nos explicó que lo que había al otro lado era Libia, que aquello era el puesto fronterizo y que las cosas no iban demasiado bien entre los dos países. Eso es todo.
Por eso al leer el artículo de Murado lo que recordé más bien, en lugar de la frontera libiotunecina, fue una noche en Santiago en la que tres siluetas como las que se le aparecieron a él en el Ulster emergieron de entre las sombras de una calle aledaña a la Quintana, desierta por ser muy tarde o ya muy temprano, y vinieron hacia mí decididas y aunque no eran soldados eran tres gitanos altos, y yo me vi como en un romance de García Lorca hasta que los tuve tan cerca como reconocer al trío de rumba Los Chunguitos, que solo iban en busca de un lugar en el que diesen de beber a semejantes horas y acudieron a mí por informarse. Eran tipos muy populares y dados al espectáculo y caminaban por la calle como por una escena, erguidos y en formación, a punto para las palmas.
Vosotros sois Los Chichos, les dije yo al despedirme. Los Chichos eran otros tres y rivalizaban con estos en el panorama de la rumba gitana y yo nunca llegué a distinguirlos.
Los Chichos…, dijo uno, mira el payo este, tú. Los Chichos…, repitió. Mamón, dijo otro, no somos Los Chichos, y yo entonces dejé de verme en un romance de Lorca y me vi de lleno en una película de Eloy de la Iglesia y me preparé para recibir las facas en brillo, y para el martirio y los titulares del crimen en la prensa del día siguiente:
‘Una patrulla del ejército británico destacado en Irlanda del norte abrió fuego ayer noche contra el todoterreno en el que viajaban varios escritores invitados por el gobierno de Irlanda, entre ellos algunos gallegos y también griegos, al confundirlos con un comando el IRA*’
*Irish Republican Army/Ejército Republicano Irlandés