Té y naranjas

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Vi tres personas chinas, turistas, junto al portal del edificio en que Basterra tenía su apartamento. Miraban al interior arrimados al cristal y con la mano hacían visera para salvar el reflejo de la luz y poder ver. Los observé desde el zaguán de la trattoria que hay justo al lado. En la trattoria entro a comer algunas veces. Basterra supongo que también, que para algo vivía encima del restaurante, aunque eso fue antes de que aquello ocurriera y lo encarcelasen. Por fuerza hemos tenido que cruzarnos y también que haber comido muy cerca sin saber del otro.

Me pareció por su calzado, el de los chinos, y por los cortes de pelo, que eran gente con internet y atenta al mundo, y también que formaban familia. Una familia de tres, reglamentaria, de cuando China permitía una sola descendencia a las parejas.

El padre chino da tres o cuatro pasos caminando hacia atrás y con la vista abarca el edificio entero. Consulta una guía de viaje que lleva en la mano y después vuelve a la puerta y pega otra vez la nariz al cristal.

Durante meses hubo una cámara de televisión apuntando a ese portal como si Basterra, que ya estaba preso, fuese a franquearlo en cualquier momento trotando y vestido para el running. Los reporters habían escogido ese lugar como fondo para las crónicas de la investigación y el juicio, como un decorado. He leído que en China hubo interés y seguimiento del caso porque la niña, la hija de Basterra, fue china lo primero de todo, una de los suyos, y creo que hasta el embajador dirigió a nuestro gobierno uno de esos cables diplomáticos. La República Popular de China condena la muerte de sus hijos a manos de sus padres adoptivos y anuncia que revisará las condiciones y los procedimientos de acogida internacional y la suspensión de los programas en curso. ‘Los hijos de la República Popular de China’, solo por escribir algo así me hubiera gustado ser redactor de telegramas y de protestas de las que se cruzan los países.

Vienen de China a Compostela a reconocer los lugares del último día de la hija de Basterra. Esa clase de viajero abunda y deja dinero. Los seguidores de Sanmao, que era china y escritora, no han dejado de acudir a la playa en la que se ahogó su marido hace cuarenta años en una práctica de pesca submarina. Sanmao, antes de instalarse en las Canarias, donde acabó enviudando, vivió en Madrid en el barrio de La Concepción, que era el barrio de mi padre y los dos, sin saberlo ninguno, compartieron acera o bar, como Basterra y yo, y hasta puede que asiento en el autobús.

La familia china se ha marchado. No estaban seguros de que fuese ese lugar lo que buscaban. En las piezas y conexiones de televisión las cámaras solían jugar con ángulos y distancias y en los informativos este tramo de la calle, el del portal, ganaba mucho y parecía otro sitio. Tal vez sea por eso que los he visto dudar. No hay que comprender el chino para notar algo así. Les hubiera pedido té y naranjas a cambio de mostrarles los demás escenarios de aquella historia. Naranjas y té traídos de China, como en el poema de Leonard Cohen. Acaso solo té y una oración, como en el de Javier Bergia.

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