Yo gané un par de premios en los concursos literarios del colegio. Uno de ellos lo recibí por un cuento que tenía un título que no he olvidado y con el que, aunque yo no podía saberlo porque la edad todavía no me alcanzaba, estaba llamando a las puertas el existencialismo.
En mi aula había un tipo que un buen día se piró. Quiero decir que se marchó de su casa y, como es lógico, también del colegio, porque una cosa sin la otra no tenía ningún sentido práctico. La huída no fue para siempre porque el chico volvió a los pocos días, aunque pocos días de los de entonces son realmente muchos días. Allí estábamos todos impresionados y casi no se hablaba del asunto. Cuando reapareció, ninguno preguntó ni hizo comentarios, ni nadie supo nunca dónde había estado refugiado.
Yo escribí un cuento muy breve culpando a la vida de lo ocurrido. Escribí que a mi compañero de clase la vida primero le había dado una patada y cuando se quiso incorporar la misma vida escupió en su cara y ya no regresó más al colegio. Yo ahí exageraba porque él había vuelto. Lo presenté al certamen, me dieron el primer premio e hicieron que lo leyese en público en un acto que era casi como la entrega del planeta, porque uno se presentaba con seudónimo y la obra con un falso título, y allí en vivo se abría la plica y se desvelaba la identidad del autor y tenía emoción.
El protagonista del cuento acabó aquel curso y se marchó a otro colegio.
Muy pocos años después los dos nos encontramos en una especie de conferencia que uno de Herri Batasuna vino a dar a la Universidad. Yo asistí con mi trenca y un flexo de hojalata que acababa de comprarme esa misma tarde y que le iba a dar a mi mesa de estudio una presencia austera y existencial, como debía ser la del protagonista de La Náusea. Yo al de Herri Batasuna lo fui a ver porque Herri Batasuna estaba todo el día en los periódicos y sus cabecillas eran gente muy famosa aparte de otras cosas y porque me pareció una forma de mostrarme transgresor sin acabar al día siguiente con resaca.
Mi antiguo compañero y yo nos dimos algunas explicaciones que no ofreceríamos si la conferencia la diese otra persona y creo que los dos tuvimos una sensación parecida a la de habernos encontrado en un lugar al que se va a practicar algún tipo de vicio. Luego nos sentamos en sitios distintos y yo pensé que era normal que alguien que se va de casa con dieciséis acabase escuchando a uno de Herri Batasuna y él seguramente pensó que era normal que alguien que culpó a la sociedad de su aventura infantil acabase prestando atención a uno de Herri Batasuna.
El de Herri Batasuna resultó un tipo romo y negado para la comunicación y en eso los dos estuvimos de acuerdo. Cuando nos despedimos aún tuvimos un momento para recordar el cuento que nos había unido de alguna manera. Yo creo que fue mi mejor cuento, y que ninguno de los que escribí más tarde, metido de lleno en el existencialismo, lo mejoró.