Paco el viejo

Rastreando por repertorios de jurisprudencia di con una sentencia que comenzaba así: ‘Juan Francisco, alias Paco el viejo, de 19 años…’.

Para que a uno lo llamen Paco el viejo con 19 años las cosas han tenido que irle mal de verdad. Me apiadé del tal Juan Francisco, si llegar a saber siquiera lo que había hecho.

Dos o tres sentencias después me detuve en otro de esos arranques: ‘José, alias Gamba (que quiere decir ‘jefe‘ en dialecto bereber)’. Me pareció demasiada casualidad que en su lengua los bereberes al jefe lo llamen gamba y bastante extraño que a alguien llamado José lo apodasen gamba por ser un nombre bereber y no por su piel roja de inglés tostado y entonces reparé en lo que era obvio: Paco el viejo era una invención, solo eso, lo mismo que Gamba, y por descontado Juan Francisco y José: todos son nombres inventados por los editores de las sentencias.

En el poder judicial debe haber un departamento dedicado a la sustitución de los nombres de los reos, para preservar derechos constitucionales al nombre y la intimidad y para no infringir la protección de sus datos personales; eso no deja de resultar un tanto ridículo porque el nombre del reo, sus apellidos y el delito del que se le acusa figuraron siempre en un folio que el oficial de justicia estampaba en la puerta de la Sala el día de juicio y, no fuese que alguien no se enterase bien, al reo lo llaman a voces por el edificio si es que no estaba en la puerta a su hora.

Tuve curiosidad y profundicé un poco consultando otras sentencias. El oficio de cambiar los nombres y los motes me pareció entonces una maravilla y lamenté no haberme buscado yo la vida por ahí. Lo más fácil resultaría sustituir los nombres por las iniciales, invirtiendo el orden para despistar, y lo mismo el sobrenombre, una inicial cualquiera, y para eso no haría falta ningún departamento; o hacer como los tratadistas romanos, que llamaban a todos los litigantes Ticio o Cayo y si alguno era esclavo, Stico. Pero aquí, supongo que para no perder el puesto los de los nombres, tratan de ganárselo.

He notado que al principio era frecuente recurrir a un nombre común, Juan, Francisco, María, Manuel y a dos iniciales cualesquiera a modo de apellido, incluso a tres iniciales sin nombre. Pero a partir de los años noventa, sin que se sepa por qué, los reos empezaron a llamarse Leovigildo, Segismundo, Gumersindo, Bernardino, y sus correlativos femeninos, y también otros nombres por el estilo que al final hacían muy poco creíble el relato de sus delitos. Con los sobrenombres ocurrió algo parecido. Empezaron siendo una inicial al lado de un nombre común, Luis alias ‘F’; después un nombre común al lado de otro nombre común: María alias ‘Alicia’, Fernando alias ‘Miguel’, Miguel alias ‘Alberto’, y al final esta forma de escamoteo también ponía un tanto en solfa las fechorías cometidas.

Entonces se produjo una especie como de eclosión de los alias y ahí es donde los del departamento de identidades supuestas empezaron a trabajar de verdad. Alguien debió reparar en que no puedes contar los hechos de un forajido llamándolo Esmeraldino y en que, sin un buen alias, ni siquiera deberían haberte juzgado. Desde aquel momento casi todos los reos empezaron a figurar en las sentencias con sobrenombre puesto por el departamento: chipirón, gótico, avispado, canoso, mantecas, cabra, bola, gamba, corretejaos, viejo, orejas, pocholo, ciego, gansa, pirata, cabezón, pulpo, y muchos más como esos.

Con un alias bien escogido, del tipo el niño chico, la huerfanita, o hasta el azarías, como el personaje de Delibes, puedes cambiarle el sentido a los hechos y hasta darle al reo la justicia negada por el Tribunal. Eso es lo que me ocurrió con Paco, el viejo de 19 años. Lo indulté solo con leer la primera frase de la sentencia, imaginándolo como uno de aquellos niños de los poblados chabolistas de Madrid que ví retratados en la revista Interviú o en el programa Informe Semanal, fumándose un canuto con siete años.

* * *

Regresé al principio para adentrarme un poco en la historia de Paco el viejo y al hacerlo la literatura se esfumó. En ese nombre no había nada que tuviese que ver con el condenado. En realidad casi ninguno de los que encontré, que, por más sonoros que resultasen, parecían escogidos por sorteo. Además de su delito no encontré forma de culpar a la sociedad.

Trato de imaginarme a los del departamento concentrados en su trabajo y sin reparar del todo en sus posibilidades. Yo lo haría mejor.

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Aranzadis. Fotografía del autor

5 respuestas a «Paco el viejo»

  1. Estupendo, Alex. Pareceume moi orixinal e ben escrito. Hai moi pouca xente capaz de escribir cousas así: lóxicas, críbeis e ao tempo estrañas.

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