Solía mirar las toradas de Pamplona por televisión. El despertador va a sonar y yo a ponerme en pie y a llegarme al salón trastabillando por el sueño a ver el encierro en vivo y después el encierro destripado con cámaras cenitales y voy a ducharme abrumado por la sangre y con el pensamiento de que las ocho de la mañana no es hora para que a uno lo corneen, incluso aunque lo busque.
Ayer temprano van a arrojar al Manzanares a un hincha del Deportivo. Los del equipo contrario van a apalearlo y después a tirarlo al río con la bruma y el hincha va a morir por los palos y por el río y por no haber corrido nunca un encierro. Las nueve de la mañana no es hora para echar a nadie al Manzanares. El Manzanares no es un río para morir en él porque es como morir en un libreto de zarzuela o en una canción de Sabina y al muerto lo mirarán con desdén o con sospecha, según.
No hace tanto que un hincha del Deportivo va a matar a otro del Compostela de un golpe en la campa de San Lázaro. Por ese lugar entran los peregrinos que llegan a Santiago. Lendoiro irá al hospital con su cabeza de garbanzo y saldrá de allí llorando o haciendo que llora. Si puedes morir en el Orzán y vas a hacerlo al Manzanares no eres un muerto del fútbol y entonces el presidente de tu equipo se irá a ver el partido mientras se te llevan al anatómico-forense, porque lo único cierto es que allí ya no habrá nada más que hacer.