Cuando fui George Mallory

El último jefe de la ETA vivía en el monte, en los Alpes, en un refugio en la vertiente francesa. De la cabaña en la que se había instalado hay abundancia de fotografías en el periódico. Se diría más bien infracabaña aunque se la vea grande, porque la apariencia es la de una chabola chapada y contrachapada impropia de un suelo rústico de la categoría de los Alpes franceses.

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Cabaña de Josu Ternera en los Alpes, según el diario EL PAÍS, de donde procede la fotografía.

Tan romántico llegó a ser el mundo en torno a la ETA que de no ser por esas fotografías hubiera cundido la idea de que Josu Ternera en los Alpes, antes de que le echasen el guante, era todo salud y hogar, leña recién cortada y ganado feliz al que acariciar las carrilleras como haría el abuelo de Heidi. O eso o andar haciendo cimas una tras otra con la sola ayuda de un piolet. El sueño del romanticismo es aún peor que el sueño de la razón. Produce anuncios.

A mí no se me ocurre peor manera de pasar desapercibido, si uno es un jefe terrorista en fuga, que establecerse en un refugio de montañeros. Se arriesga a que el primero que pase por allí por necesidad y lo encuentre acomodado y residiendo le golpee por apropiarse de una estancia que está para cobijo de senderistas en general. Por descontado, también se expone a que el senderista, aún sin golpearlo, dé parte a la gendarmería y lo descubra. Y aunque no haya quien monte una escena, porque esa clase de alojamientos están ahora en temporada baja y puede no presentarse nadie durante meses, es imposible no llamar la atención si uno vive de ermitaño en el refugio y baja a la compra a un pueblo de doscientas personas y un solo comercio de ultramarinos.

Dice el periódico que Ternera tenía coartada para toda esa rareza. Se hacía pasar por escritor. Por lo visto si uno es escritor todo lo demás se explica, encaja, por más complicado que se presente. La demencia, el alcohol, la ruina, la cárcel, el divorcio, el fascismo incluso. Al lado de todo eso, andar semioculto en un bosque se hace poca cosa. Es usted un tipo realmente sospechoso amigo, sospechoso de andar huyendo y malescondido en esta parte de los Alpes. Voy a tener que pedirle sus documentos. Se equivoca agente, soy escritor y estoy aquí clandestino en el refugio por razón de mi oficio, para escribir. Disculpe señor escritor, debería haberme dado cuenta. Esta noche en casa asamos unas mazorcas, mi mujer y yo tendremos mucho gusto en recibirlo, siempre que no interrumpamos su trabajo, claro.

La crónica añade que el escritor simulado tenía nombre y origen: Bruno Martí, escritor de Venezuela. No puedo evitar figurármelo impreso una de esas tarjetas de visita o de presentación: Bruno Martí, escritor de Venezuela. Humilde servidor. No valía Pérez de apellido, que tenía que ser Martí el padre de la patria cubana. Tampoco era suficiente presentarse colombiano o del Perú habiendo Venezuela.

A estos terroristas, con todas esas flaquezas que arrastran, no me extraña que los cacen antes o después.

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Portada de una edición de los textos completos de George Mallory

Yo llevo tiempo tratando de hacerme pasar por escritor, escribiendo incluso, pero no he conseguido que me crean, y eso seguro que es por mi vida común y de hábitos; de obligaciones y letras que atender y poco dada a excentricidades y aún menos al romanticismo.

Voy a la montaña porque está ahí. Se atribuye esta frase a George Mallory el alpinista. A Mallory lo llamaron el poeta de las montañas. Leí en una reseña que quiso ser escritor; que frecuentó a Virginia Woolf, a Keynes y a los demás del grupo de Bloomsbury y que de sus aspiraciones literarias lo retiraron los rigores de una vida de padre de tres hijos y la necesidad de un empleo. Hasta ahí, si dejamos a un lado a Keynes y a Virginia Woolf, yo también fui Mallory. Pero después Mallory debió hartarse de las hipotecas y las ataduras y un buen día, decía la reseña, se echó a la montaña, primero a los Alpes y después al Himalaya, nada de medias tintas. Mis peores presagios se confirmaron enseguida, en cuanto leí que como montañero, ya desentendido de su vida ordenada, Mallory pudo hacerse escritor sin dificultad, aunque fuese escritor de alpinismo, y en 1914 publicó un ensayo titulado El montañero como artista (en inglés original The mountaineer as artist), que también puede traducirse, si hubiese mala intención, El alpinista como artista.

El 8 de junio de 1924 de madrugada a Mallory lo vieron salir con su compañero de expedición Andrew Irvine para atacar la cima del Everest, aún virgen, desde el campo 6 a una altitud de 8.170 metros. Nada más volvió a saberse de ninguno hasta que el cuerpo de Mallory fue hallado en 1999. Muchos creen que fueron los primeros en conseguirlo, hacer cumbre, y que el fracaso y la muerte llegaron en el descenso y no al subir.

La montaña está ahí pero me parece un precio muy alto por un editor. Además yo he perdido la forma y los gemelos, a nada que los ponga a trabajar, se me suben contraídos como pelotas de tenis y así no hay quien haga escalada ni quien huya de los gendarmes Alpes abajo. Los escritores oficinistas cargamos el signo de Kafka.

5 respuestas a «Cuando fui George Mallory»

  1. Hola
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  2. Estimado Álex:

    Es un texto lleno de hallazgos felices, con el fondo sombrío, pero los hallazgos están ahí.

    Dentro de la nula simpatía que siento por el Sr. Ternera, creo que acertó al hacerse pasar por un escritor. No da el pego y resulta totalmente ridículo, pero la idea es acertada.

    Verá, me he pasado años estudiando la figura del literato (valga la expresión), y creo que es una de las más variopintas que se dan en la realidad. Se espera de un escribidor un comportamiento extraño. En otras palabras, cualquier cosa. («¿por qué hará eso? ¿por qué vestirá así? -Ah, es escritor»). No puede haber una defición científica redonda, cerrada y matemática. De ahí que cualquiera, incluso un criminal detestable, sea susceptible de pretender hacerse pasar por uno de ellos.

    Ud. menciona a Kafka. Es la paradoja máxima: un hombre que se ganó la vida con el Derecho, como empleado, y que escribía, lo que se dice escribir, sólo por la noche, en soledad absoluta. Hoy dirían que es un aficionado (¡¡un aficionado!!) Como sabe, la identificación del checo con la literatura fue máxima («Ich bin Literatur») llegó a anotar en su diario. Su compromiso fue total. Una paradoja más de esas que, al menos a mí, me asombran.

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    1. Muchas gracias Melitón por la lectura y por tu amabilidad al haberte tomado el tiempo y la molestia de comentar el texto. Celebro que te haya gustado. Yo me gano la vida con el Derecho y, salvando todas las distancias que me separan de alguien como él, la verdad es que me siento muy identificado con tu observación sobre Kafka y cómo sería tomado hoy por un aficionado. Un cordial saludo.

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