Rosacruz

Hubo un abogado en la ciudad del que escuché decir que pertenecía a la orden secreta de la Rosacruz y que estaba iniciado en cultos y ritos de sanación por medio de las manos.

Me pareció una especie demasiado sofisticada como para tomarla en serio. El abogado era un tipo bien considerado que había ganado fama como defensor de trabajadores. Llegó a hacer muchos clientes y cuando no podía atenderlos los derivaba, como quien reparte naipes, a otros abogados a los que en la profesión les decíamos los discípulos, porque habían practicado en su escritorio y porque se referían al abogado ante los demás llamándolo maestro.

Leo acerca de la Rosacruz en dos libritos sobre ocultismo y sociedades secretas que he encontrado en la biblioteca familiar. Son ediciones populares, de esas que circularon tanto en los años setenta. Como la Rosacruz es un artefacto secreto todo son teorías y especulación creativa o disparatada. Tanto que la Rosacruz que cuenta cada uno de los dos libros no guarda relación con la que cuenta el otro. No coinciden los nombres que se citan ni tampoco los opúsculos de referencia. Ni siquiera los siglos. Supongo que en eso consiste el ocultismo.

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No voy a transcribir aquí lo que he encontrado en los tomitos. Solo diré que la idea que me pareció más extrema formula la Rosacruz como un agregado de entes desprovistos de forma y tiempo, no muchos entes en realidad, que mantienen niveles de ‘conocimiento’ y de ‘comunicación’ inaccesibles a los mortales y que atraen a personas cuidadosamente escogidas a las que inician en una cierta ‘sabiduría luminosa’ y estas personas han de cumplir una serie de mandamientos: curar a los enfermos sin pedir nada a cambio, vestirse conforme a los usos del lugar en el que tienen que vivir y elegir a una persona que los suceda para cuando desaparezcan.

Al abogado rosacruz lo fulminó un cáncer. Murió cuatro o cinco días antes de una vista en la que debíamos encontrarnos. Yo apenas llevaba un año y medio en el oficio de abogado y estaba tan intimidado por tener que enfrentarme a aquel tipo en un juicio que cuando lo supe, su muerte, sentí un cierto alivio. No es un buen sentimiento, pero es el que fue.

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Las cosas han ocurrido de este modo. El último sábado del mes de julio encontré los libros en la biblioteca familiar. No los encontré en realidad. Estaban a la vista. Lo han estado siempre, pero nunca me interesaron lo suficiente como para coger uno y hojearlo sin más. El sábado lo hice. Tomé uno y lo abrí y en la página estaba escrito el nombre Rosacruz y entonces, por una asociación inevitable, recordé el nombre del abogado.

El lunes que siguió a aquel sábado fue el último día del mes de julio. Entrada la tarde, a punto de clausurar la temporada legal, se presentó en el despacho un tipo, bedel en una de las escuelas de la ciudad, un viejo conocido de nuestra oficina que aparece en verano con la canícula, un tipo con esa clase de problemas que el calor aviva y que los abogados no podemos resolver. Este año me lo asignaron a mi.

El bedel narró una vida familiar realmente desgraciada, una vida de esas que solo un buen escritor norteamericano podría empeorar. Me compadecí de él. Me ofrecí a ayudarlo a la vuelta de las vacaciones, seguro de que para entonces, pasada la estación, el tipo no iba a dar señal. Entonces se puso a llorar. Dije algo que lo alivió, una frase hecha, algo como no se preocupe, a ver qué puede hacerse, anímese. Me dio las gracias y entonces hizo dos cosas. La primera, citar a Juan Negrín llamándolo doctor, doctor Negrín. ‘Resistir es vencer’, dijo. Me sorprendió tanto que anoté el nombre de Negrín y también la frase aunque ya la conociese. La segunda, pronunciar el nombre del abogado rosacruz, el mismo al que yo había desenterrado en mi pensamiento solo dos días antes, un nombre que no había vuelto a escuchar desde que, poco después de su muerte, dejó de hablarse de él. Ésto me sorprendió aún más. Me sorprendió de verdad.

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El tipo me miró intensamente, indagando en mis ojos. Yo guardé silencio un buen rato. Después pregunté. Qué quieres. Hablé sin hablar. Los rosacruces, los escogidos, se comunican entre sí mediante signos internos, lo dice uno de los libros.

– Sé que tú también puedes curar -dijo sin abrir la boca-, solo tengo que enseñarte.

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