Flanagan y el control de retina

El policía de inmigración del aeropuerto J.F. Kennedy de New York que se ocupó de nuestro check-in se llamaba Flanagan y todo en él resultaba una especie homenaje a su nombre: Flanagan llevaba puestas unas gafas de aviador tintadas, mascaba chicle y se comunicaba principalmente mediante gestos ejecutados con barbilla.

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Me ofrecí el primero para el control. Lo hice con intención de dominar la situación y facilitar la rutina a los demás, como corresponde al cabeza de familia. Flanagan llevó su mirada de mi pasaporte a mi rostro y de mi rostro al pasaporte unas cuantas veces para calibrar si el de la foto y yo éramos el mismo tipo. Después levantó su mano izquierda mostrándome la palma y los dedos que no son el pulgar juntos y estirados y el pulgar recogido. Yo hice lo mismo con mi mano derecha y nos quedamos así un momento, como indios americanos que se saludan. Yo había escuchado toda clase de advertencias sobre los controles de entrada en los Estados Unidos y por eso pensé que un saludo como ese bien podía formar parte del procedimiento, al menos de los prolegómenos. Después Flanagan bajó su mano y yo permanecí con la mía en alto y entonces me pareció más verosímil, incluso lógico, que en lugar de un saludo indio se tratase de un juramento, y que Flanagan colocaría una Biblia sobre el mostrador y yo con la mano levantada tendría que formular algún tipo de promesa relacionada con mi presencia en el país y mis intenciones.

Lo que hizo Flanagan fue señalar con su barbilla una maquinita que era un escáner de huellas. Put your four fingers!! I’m sorry, le dije. Para ser un Clint Eastwood de aeropuerto, Flanagan tenía la voz de un niño y entendí por qué abusaba de la barbilla en su lenguaje. Puse sobre la pantalla del escáner los cuatro dedos juntos de la mano que aún mantenía alzada y luego los de la otra mano y después los dos pulgares por separado.

La barbilla de Flanagan apuntó después a una cámara que era poco más que una webcam instalada junto al escáner a la altura de nuestras cabezas. Con otro gesto me indicó que debía sacarme las gafas. Ahora viene el control de retina, les dije a E. y a la niña tratando de mostrarme seguro y enterado. Había oído que después del 11-S en los aeropuertos de los Estados Unidos te escaneaban la retina antes de permitirte entrar al país y supuse que ese aparato estaba allí para eso, aunque me pareció muy poco sofisticado para escanear una retina, y además echaba en falta el entramado de hierros que sirve para apoyar la barbilla y fijar la frente cuando a uno van a examinarle el ojo. Lo cierto es que yo no había estado nunca antes en el control de inmigración de un aeropuerto norteamericano, y por eso quité importancia a este tipo de dudas tomándolas por prejuicios.

La cámara no tenía ningún visor por mi lado. Nada por donde mostrar la retina ni por donde ser observada. Esperé a que Flanagan se pronunciase sobre si debía ofrecer la izquierda o la derecha y como no dijo nada, me acerqué y pegué mi ojo derecho al único lugar de forma circular que había, que correspondía al diámetro del objetivo de la webcam, bastante más pequeño que el de la córnea. Naturalmente todo estaba negro. Me pareció como arrimar el ojo a una pared pero, a pesar de todo, me dispuse a recibir algún tipo de flash, o un destello o algo así y en lugar de eso escuché la voz de niño de Flanagan: What are you doing man?? What are you doing? It’s a photo!!, seguida de un gesto enérgico de su barbilla que significó algo así como quiere hacer el favor de apartar el ojo de ahí y separarse de la cámara, coño, solo es una foto.

Me retiré con una zancada y Flanagan me tomó la foto. Ví mi imagen en su monitor. Era una simple foto, como para poner en un carnet o en una ficha policial; ni rastro del escáner de retina. Después estampó un sello en el pasaporte y me lo devolvió sin mirarme. Fue un gesto como de alto diplomático, y yo se lo agradecí.

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