La frontera de Libia

Ayer encontré mi viejo pasaporte. Tiene estampillas muy bonitas con filigranas y leyendas en árabe que prueban que he entrado y salido de lugares como Egipto, Túnez o Turquía. Como no soy periodista, con ese pasaporte a mí se me llevan seguro cuando venga el estado de excepción. Como lo desconozco todo sobre la lengua árabe incluso puedo encontrarme con que en los matasellos y visados esté escrito algo como ‘el portador de este pasaporte profesa la guerra santa’ o ‘Al-Andalus para los moros’ o algo que al final acabe comprometiéndome tanto como para que los del estado de excepción además de llevárseme me lesionen.

Mamá ya me advirtió que tanta fraternidad con otras civilizaciones acabaría por traerme problemas, y eso que entonces, cuando yo viajé por estos países, lo realmente peligroso era visitar San Sebastián y no el Sahel.

A poco que busquen los que vengan con el estado de excepción, en mi piso encontrarán instrumentos de música sufí, un ejemplar de El Principito en árabe, libros editados por Ediciones del Oriente y el Mediterráneo, una chilaba, un par de libros de autores de Argelia y de Egipto, palestinos y también del Líbano, la Reivindicación del Conde don Julián de Goytisolo, una daga sarracena, una biografía de El Raisuni, una pipa de agua, la película La Batalla de Argel de Gillo Pontecorvo, un ensayito que explica cómo hacerse musulmán en cinco pasos y un disco pirata con llamadas del Almúedano a la oración y si además me quitan el teléfono, que seguro que me lo quitan porque es un iPhone 6, aparecerá una lista con canciones de Yusuf Islam en Spotify y un libro de Taha Husein en la cesta de compra de Amazon pendiente de un clic.

Almuédano

No solo se me van a llevar los del estado de excepción, sino que me lesionarán a conciencia y sin atender a razones. Claro que si los que se presentan son una cuadrilla del EI la cosa se pondría jodida a más no poder porque a la que viesen la flauta sufí por la casa allí mismo me iban a ametrallar porque es sabido que para un wahabita un sufí es peor que un yanki, y aunque consiguiese esconder la flauta sufí, en cuanto encontrasen el primer libro de Naghib Mahfuz, que es el egipcio de mi biblioteca, se pondrían fuera de sí porque era panarabista y muy poco fundamentalista y cogerían mi daga sarracena para rebanarme y aunque me diese tiempo a echar por la ventana los libros de Mahfuz, me ajusticiarían igual por los de Amin Maalouf, que es el libanés de mi biblioteca, o los de Edward Said, que es el palestino, y todo eso sin contar que no cayese en sus manos mi viejo pasaporte y me despedazasen directamente porque si hay países con los que el EI quiere ajustar cuentas no son Francia ni Rusia, sino Egipto, que aplastó y condena a muerte a los Hermanos Musulmanes, Túnez, que ha conocido la única primavera árabe y Turquía, que después de todo está en la OTAN.

Mamá tenía razón.

Yo no he visto atacar naves en llamas más allá de Orión como vió el replicante de Blade Runner, pero un día contemplé desde Túnez la frontera de Libia, y eso acojona bastante más.

 

 

 

5 respuestas a «La frontera de Libia»

  1. Me ha parecido buenísimo Alex, y aunque no me gusta nada lo de » se me llevan», tengo que reconocer que la expresión es tal cual para tu estilo narrativo. Es muy difícil lograr esta coherencia y adecuación entre el lenguaje que empleas y la manera en que lo haces .¡Enhorabuena!
    ¡
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    1. Hola Loli. Lo de ‘se me llevan’ es poco ortodoxo y de una sintaxis discutible, la verdad, pero yo lo uso -en este texto y en algunos otros del blog- con intención, justo con la intención que has detectado. Gracias por el comentario.

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